Iba a comentar jocosamente el segundo aniversario del atropello y fuga a caballo de Vicky Fede en la feria de abril, pero paso de marimierdas.

Mejor voy a felicitar a la mejor actriz secundaria (se puede decir a menudo a distintas personas y nunca las desmerece: son florida legión) por el que hubiera sido su noventa y nueve cumpleaños.

Galdós escribió en Marianela, cito de memoria, que las flores son las estrellas de la tierra. La extremeña Florinda Chico es una estrella inmarcesible del campo de las artes cañí.

Hizo de todo ante el objetivo o, con más propiedad, bajo los focos. Las últimas generaciones que la vieron seguramente la recuerdan por las series de televisión y sus apariciones en programas. Yo, en estas semanas, lo hago por el cine.

En 1981, fue la felicísima madre de un homosexual libérrimo, o liberado, en la injustamente perdida Gay Club. Bajo la premisa del traspaso de un local Ramón Fernández arma, con una vuelta de tuerca poco probable entonces, una historia sobre el levantamiento de un lugar de esparcimiento seguro para maricones (en sentido amplio, como se usaba antes de adoptarse lo cuir. Yo abogo por alternar ambos conceptos en el día a día) y señoras.

Por supuesto hay dificultades, no solo burocráticas, que ya dan para otorgar conflicto suficiente a cualquier historia; y cierto destape femenino, entiendo que un mal necesario para que esta anomalía pudiera rodarse y estrenarse. Pero también unas mujeres deseando estar en un Gay Club con sus amigues, trabajando y disfrutando del travestismo y el show, como esa Florinda mamá gallina de su polluelo que da la cara de un modo emocionante por su mariconcillo del alma.

Ya en 1981 demostrando que también eso es idiosincrasia cañí, pese a quien pese.

(Si alguien quiere verla, un privado. La película, cerdas.)
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Hay singulares que llevan ímplicito el filtro rosado. Un caso es cuando nos planteamos quién es el enemigo, como si solo tuviésemos un frente abierto cada vez ante el que fortificarnos para minimizar el impacto de sus embestidas. Inocentes...

Distinto es conjurarlo motu proprio para así, mediante el lenguaje, con una paradoja benigna, achicar su poder en nuestra vida. Para joder. Si es con un dial y cables mucho mejor. Perfomando. A los demonios internos, llamadas spam. Y que nos abandonen si tanto les molesta.

¿Es el enemigo?

La inesperada nueva película de Alexis Morante, lejos de la biografía, se configura como un acto de justicia hacia la figura del cómico parco, quizá tristón, con mensaje, que fue Gila. Y contra su olvido.

El universo de Oliver (2022) caía en tópicos buenistas que le pasamos por alto al ser cine familiar y por lo que conlleva rodar con peques. ¿Es el enemigo? podría haber seguido esa línea, y la sortea con garbo durante todo el largometraje (con el personaje de Pedro sí se le fue la mano a lo facilón, pero esto no lo he dicho). Este Alexis se ha aplicado el cuento en estos años. La formación continua es eso, ensayo, error, tomar notas y recomenzar.

Con un presupuesto ajustado, el eufemismo, y pese a esbozar personajes de justísimo talante y profundidad (excepto Natalia de Molina, la mejor actriz del país, y el prota, un Oscar Lasarte que parece nacido para ser Gila), el filme no nos ahorra nada. Ni las miserias de la guerra ni la necesidad de contar historias que llevamos tatuada debajo del pellejo. Sin narrativa no tenemos humanidad. En este caso, si es jocosa mucho mejor.

Gila, sin saberlo, vino a despedirse en El club de la comedia, <<Gracias, les quiero mucho>>. Su legado no, y lo necesitamos. Qué fea la guerra, Miguel, tú lo decías todo el rato. Poco nos hemos aplicado tus lecciones.

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