LA REPÚBLICA DE LA CALAVERA
(Ronan Tulhoat y Vincent Brugeas)
<< Las Bahamas, 1718. Después de una intensa batalla, el capitán pirata Sylla se apodera de un barco inglés y, contra todas las expectativas, en lugar de asesinar a toda la tripulación los invita a unirse a él… pues la banda pirata de Sylla tiene principios: libertad, democracia y fraternidad. Y así empieza la historia de dos mundos con puntos de vista opuestos sobre la vida y la libertad. >>
Ruy
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Después de diez años de prosperidad, de 1716 a 1726, los piratas del siglo XVIII fueron exterminados tanto moral como físicamente. Solo quedan de ellos las leyendas más o menos oscuras de las novelas de aventuras.
En su época, Ia alta sociedad, el clero y la prensa los condenaron y mancillaron; los marinos militares y los gobiernos los persiguieron, capturaron, juzgaron y colgaron. Pero ¿de verdad eran los demonios vocingleros, sanguinarios y amorales descritos en los diarios de su tiempo?
En realidad, Ia mayoría provenían de los estratos más pobres y frágiles de Ia sociedad y ejercían el trabajo más difícil y terrible de todos: el de marinero.
El arduo oficio del marinero, auténtico esclavo del mar; quedaba profundamente grabado en Ia carne y en los huesos. Los capitanes mercantes tenian derecho sobre Ia vida y la muerte de su tripulación, y algunos no dudaban en hacer valer su «pleno derecho» con Ia más extrema severidad.
Así pues, los piratas preferían describirse como «hombres honrados», con sed de venganza, sí, pero también de justicia: justicia contra esos capitanes criminales y frenle a esa sociedad que les había arrebatado Ia dignidad.
Los piratas, pues, eran «hombres honrados» a los que se había llevado al Iímite. Y, para enlenderlo bien, hay que prestar atención a las fechas.
En 1716, la guerra de sucesión española acababa de terminar: los incontables corsarios y marinos de las flotas de guerra se encontraban desocupados; dos tercios de ellos habían sido destituidos.
Por lo tanto, las compañías mercantes contaban con mano de obra abundante y barata a su disposición y la utilizaban a placer.
Fue así como tantos marineros, que habían aprendido a saquear y a luchar darante diez años de guerra, se encontraron de pronto a bordo de navíos mercantes, subyugados a una disciplina de hierro. Los oficiales los azotaban, los sometían al hambre y desviaban una parte de los fondos destinados a las provisiones de la tripulación para su beneficio personal. Los «hombres honrados», curtidos por los años de guerra, apretaban los dientes.
Y, además de los dientes, también empezaban a apretar los puños, que acababan ulilizando cuando sufrían vejaciones excesivas, castigos injustificados o demasiado severos. Por último, llegaban los motines y comenzaba una nueva vida
Era una vida en comunidad basada en Ia igualdad y el reparto de los botines y las posesiones. Además, los piratas fueron los precursores de la seguridad social: cuidaban de los enfermos y de los numerosos mutilados que su oficio dejaba por docenas. En Ia cubierta de sus navíos establecieron una democracia directa de las más genuinas que han existido. El capitán pirata no era ningin tirano, sino que lo legitimaba su tripulación y dirigía Ia nave según el interés general.
Al mismo tiempo, Ia alta sociedad de Ia época daba las úlfimas pinceladas a los principios del comercio triangular y la trata negrera que de él derivaba.
De hecho, en 1670 y en 1690 ya se habia exlerminado a los predecesores de nuestros piratas, los bucaneros y los filibusteros, para proteger el floreciente comercio de la caña de azúcar y, después, el de la Compañía de las Indias Orientales. En 1720, Ia alta sociedad burguesa de Ia época se propuso exterminar a los nuevos piratas que ella misma habia creado. Esta vez el objetivo era proteger... Ia trata negrera.
[sigue]
Ruy
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Y es que los negreros eran presa frecuente de piratas que, en gran medida, habían sido en su día «pasajeros» de aquellos buques de Ia vergüenza.
Cabe preguntarse cómo una sociedad puede considerarse civilizada cuando protege y practica Ia esclavitad. ¿No se merecía, al fin y al cabo, la vindicta de los «hombres honrados»? Acaso no se encontraban los demonios sanguinarios y amorales, en realidad, en los despachos de Ias compañías mercantiles?
El obispo brasileño Hélder Cámara (1909-1999), conocido por su lucha contra Ia pobreza, expuso: «Hay tres tipos de violencia. La primera, madre de todas Ias demás, es la violencia institucional, Ia que legaliza y perpetúa la dominación, Ia opresión y la explotación, la que aplasta y destroza a millones de personas con sus engranajes silenciosos y bien engrasados.
La segunda es la violencia revolucionaria, que nace de la voluntad de abolir la primera. La tercera es la violencia represiva, que tiene por objeto sofocar Ia segunda y funciona como ayudante y cómplice de la primera violencia, Ia que engendra lodas las demás.
No hay peor hipocresía que llamar violencia a Ia segunda, fingiendo que se olvida Ia primera, que le da vida, y la tercera, que Ia mata.
Los piratas eran una sola de esas violencias: la segunda. En Ia actualidad solo nos queda de ellos la imagen de bandidos de los siete mares, de ladrones y de asesinos. Los imaginamos como los retrató la propaganda de la época.
Tenemos una memoria muy corta; arremetemos contra los horrores pasados de la esclavitud y olvidamos que la sociedad en la que vivimos todavía aplica la lógica que creó aquel comercio infame. Y no nos equivoquemos: regresará cuando asi se lo dicte el mundo económico. Entonces ya no hablaremos de «esclavitud»; optaremos por el término «empleado ultraflexible» o por cualquier otro vocablo liberal.
Si, la violencia institucional sigue ahí, azotando desde las sombras en absoluto silencio.
La historia de los piratas es Ia historia de los primeros obreros rebeldes. Es Ia hisloria de quienes prefirieron escoger una vida corta pero llena de libertad en lugar de doblegarse por enésima vez.
Los piratas, primeros oponentes del liberalismo sin alma, acabaron exterminados. ¿Cuántos mancos y tuertos son necesarios en nuestras calles antes de que se alcen los nuevos piratas, negándose a esperar su propio exterminio?
VINCENT Y RONAN