Lo primero: no hay noche electoral en Irlanda: los colegios se cierran y se van a dormir. Lo único que habrá son sondeos a pie de urna que, aunque fiables, no sirven para dejar claro quién ha ganado. De hecho, no sabremos quién es el ganador hasta probablemente el domingo, en el mejor de los casos. Y el responsable de ello es el sistema electoral: lo que los irlandeses llaman voto proporcional pero que formalmente se llama voto transferible simple (STV, en sus siglas en inglés)

La República está dividida en 43 circunscripciones que pueden tener tres, cuatro o cinco escaños. La Constitución dice que cada ‘teachta dála’ (TD, miembro del parlamento en irlandés) debe representar entre 25.000 y 30.000 habitantes.

El votante recibe una papeleta con todos los candidatos de su distrito y debe rellenar al menos una casilla con un 1. Este es su candidato preferido. Luego puede rellenar el resto de casillas con un 2, 3, y sucesivos dependiendo de sus preferencias. Hay masoquistas que rellenan la papeleta completa, pero la mayoría no lo hace.

Al final del día, se divide el número de votantes por el número de escaños a asignar y se obtiene la llamada cuota. Si un candidato recibe más votos de primera preferencia (“unos”, para entendernos) que la cuota, es automáticamente elegido. La tradición irlandesa es que los candidatos electos son llevados a hombros por sus partidarios en el momento en el que se anuncia su triunfo.

Si no se asignan todos los escaños en el primer recuento (algo que pasa en rarísimas ocasiones), se eliminan los candidatos menos votados y sus segundas preferencias se reparten entre los demás candidatos. Esto se repite una y otra vez (a veces hasta QUINCE veces) hasta que todos los escaños estén asignados. Lo que significa que el proceso puede durar —y dura— días.

Este sistema obliga a los grandes partidos a pensar estratégicamente cuántos candidatos presentan en cada circunscripción. Si juegas a lo seguro y solo presentas a un candidato por distrito, corres el riesgo de ganar en el primer recuento con comodidad y que el resto de preferencias pase a otros candidatos (que es lo que le pasó a Sinn Féin en 2020). Si te arriesgas y presentas a varios, alguno puede quedarse fuera si no has calculado bien.

Este sistema también está adaptado a las características de la política irlandesa, donde el “y tú de quién eres” es PRIMORDIAL —hay una página en la Wikipedia solo para las familias en el Parlamento. Igualmente es un sistema que da muchas posibilidades a candidatos independientes con una sólida base regional.

Los últimos cinco años, la República ha estado gobernada por una gran coalición entre Fine Gael (“familia de los irlandeses”, léase Fíne Gueil) y Fianna Fáil (“soldados del destino”, parte de la primera estrofa del himno nacional —como el partido de Meloni— y que se lee como Fina Fóil). Ambos partidos son descendientes, cada uno por su lado, de los dos bandos que se enfrentaron en la Guerra Civil de 1921-22, así que hasta hace 10 años o así la mera idea de que esto pudiera ocurrir era improbable

Ideológicamente, Fianna Fáil es el PNV con esteroides: históricamente nacionalcatólico y populista, formalmente representa la Irlanda rural, tradicional y religiosa. En la práctica, desde hace décadas, es un partido cuyo objetivo es el poder y si para obtenerlo hay que pactar con los marxistas leninistas, se hace (y no es broma, pasó en 1982). A nivel europeo, esa inclasificabilidad le pesó y fueron dando tumbos hasta acabar en los liberales (donde también está el PNV)

Fine Gael es, históricamente, igual de religioso e igual de conservador (más, incluso: uno de los partidos de los que surgió en los años 30 era de desaforada inspiración fascista). Sin embargo, el hecho de que siempre ha sido un partido más urbano y de boinas menos enroscadas que Fianna Fáil —y que su tradicional aliado para gobernar ha sido siempre el laborismo— ha matizado igualmente esas convicciones. A nivel europeo, forman parte del PPE.